Cuando aceptes tus relaciones más conflictivas incondicionalmente, habrás abierto la puerta a aceptarte a ti mismo con el mismo grado de libertad.
La humanidad está bajo una gran presión, que afecta casi todos los aspectos de nuestra vida, en especial, nuestras relaciones cercanas. Ante las múltiples demandas del día a día, nuestras relaciones pueden llegar a cargarse de tensión y conflicto.
En general, lo que vivimos hoy es en mayor parte el resultado de experiencias pasadas. La clave está en darse cuenta de que todas las experiencias están llenas sentido y con un único propósito: nuestro aprendizaje y evolución. En este camino hay una invitación a vivir libre de aquellas cosas que nos esclavizan…de apegos a cosas, personas, hábitos nocivos, y entre ellos, el apego al dolor físico y emocional. Aunque suene extraño, algunas personas terminan por volverse adictas al dolor, viviendo un eterno sufrimiento en sus relaciones, algunas veces como víctima y otras veces como victimario. Dos roles que se alimentan el uno al otro del miedo, que es justamente lo contrario al amor.
El mayor dolor que se presenta en las relaciones se origina en crear o sostener un juicio sobre lo que el otro es, o debería ser en cada momento de su vida. No aceptamos incondicionalmente quien la otra persona es. No aprobamos lo que el otro hace, precisamente porque no corresponde con las expectativas que tenemos sobre él o ella. En última instancia, no los aceptamos como son, como se expresan ante la vida en ese momento de su historia personal, e intentamos cambiarlos para que se ajusten a nuestro modelo de como deberían actuar, ser o pensar. Vamos a ejemplificar esto con un caso de la vida real, que tuvo lugar en Colombia.
Toda experiencia, a la larga, tiene un sentido
Una tarde estaba una pequeña niña de cuatro años sentada en una de las sillas de su casa tratando de aprenderse una famosa fábula, que era la tarea que le había dejado su profesora. Por más que lo intentaba, ella trataba de memorizar las frases y no lograba asimilarlas. De repente entró en llanto ante la frustración y se acercó su madre y le dijo: “¿Se puede saber por qué lloras? Es algo tan fácil, ya es hora de que te lo hayas aprendido” La niña levantó su mirada y observó a su madre quien permanencia en pie junto a ella y con un evidente enojo en su rostro. El miedo que sintió la niña aquel día y los recuerdos de esa experiencia marcarían su vida para siempre. Al final nunca logró aprenderse la fábula, pero la experiencia dejó una huella que afectaría su vida adulta.
En este momento de la historia es probable que ya hayas tomado partido de la situación y quizás tu balanza mental se incline hacia defender y proteger a la niña de una madre tan agresiva. Lo que desconoces es la otra parte la historia. ¿Cómo fue la vida de la madre? ¿Cómo llegó la madre a tener este tipo de comportamiento? ¿Es acaso ella consciente del impacto que sus palabras estás dejando en la niña? Permíteme que te lo cuente. Su madre había sido criada en un ambiente rural. Era la mayor de una numerosa familia de 10 hijos, por lo que su padre le exigía responsabilidad por el comportamiento, no sólo de ella, sino también del de sus hermanos menores. Si alguno de ellos hacia algo que desagradaba a su padre, ella también llevaba una fuerte reprimenda.
La aceptación: una luz en el camino
Muchas veces no sabemos que hay detrás de la historia de cada persona. La madre había sido tratada fuertemente por su padre y, aunque él amaba a su pequeña hija, muchas veces no lograba controlar toda la ira que llevaba dentro y su hija sufría las consecuencias.
Los años pasaron, la niña de la fábula creció y llegó a convertirse en una maestra. Un día en una de sus clases, uno de sus alumnos le manifestó mucho malestar, pues ella resultaba intolerante y estricta en su forma de enseñarles. Reflexionando sobre esta situación, busco en su corazón claridad y sabiduría para poder hacer mejor su trabajo. De repente, la respuesta llegó en forma de imágenes de algunos viejos recuerdos. Ahora recordaba aquella escena de la fábula. Allí se dio cuenta que había sido irrespetada en su velocidad de aprendizaje, y también se dio cuenta de que estaba repitiendo el mismo patrón que había vivido con su madre, pero esta vez en sus propias relaciones.
Recordó entonces la historia de su madre. Pensó “Ahora entiendo porque mi madre era tan demandante y agresiva conmigo. Ella vivió lo mismo de manos de su padre. Ahora comprendo lo que sucedió. Y yo estoy repitiendo el mismo patrón ancestral. Ya no tengo porque irrespetar mis propios procesos de aprendizaje y tampoco el de los demás. Cada ser humano aprende de forma y a velocidades distintas. Decido ahora mismo perdonarme a mí misma por haber guardado este rencor hacia ella y elijo perdonarla.”
Después de aquel proceso de sanación, ella abrió la puerta de la aceptación trayendo luz a su historia personal, puesto que aceptar no significaba que estuviera de acuerdo con los hechos, sino que ahora elegia soltar todos los juicios que había formado acerca de su madre para entonces recuperar su propia paz interior y libertad. Después de ver lo que realmente había detrás, ella miraba a su madre con compasión. Sabía que su madre era inocente, repitiendo patrones ancestrales sin siquiera ser consciente de ello.
Solamente cuando les permites a los demás ser quien ellos quieran y decidan ser, te das a tu mismo el permiso de ser libre. Cuando aceptes tus relaciones más conflictivas incondicionalmente, sin intentar cambiarlos en absolutamente nada, habrás abierto la puerta a aceptarte a ti mismo con el mismo grado de libertad.
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