La vida no es estabilidad, sino un constante aprendizaje para crear nuestro equilibrio
En América Latina es común ver personas haciendo malabares en los semáforos para obtener algo de dinero que les permitan sobrevivir. Puedes ver desde payasos, hasta momias, bailarines y acróbatas. Es el circo de la calle.
Un día mi vehículo se detuvo muy cerca de uno de esos personajes. Hacía un buen clima, el sol brillaba. Podía ver desde el vidrío panorámico el maquillaje bien hecho de aquel joven, sus cabellos dorados, su amplia sonrisa y la rapidez con la que se movía. De repente, en menos de lo que ocurre un parpadeo de ojos vi la escena completa: él estaba montado sobre una bicicleta de una sola rueda, tratando de mantener el equilibrio en un movimiento continuo hacia adelante y hacia atrás. Además, tenía varias pelotitas en las manos que mantenía suspendidas en el aire, con bastante pericia. Su capacidad de concentración llamó mi atención. Parecía disfrutar mucho aquello. Su sonrisa era tranquila. Era uno con todo el espectáculo. Había varios metros de distancia entre ese chico y yo, pero podía sentir la energía vibrante de su alegría.
El tiempo pasó rápido. El semáforo cambio de color y las bocinas de los vehículos que estaban con prisa detrás de mí me decían que arrancara. Paré unos instantes para bajar el vidrío y darle dinero por la ventana. Un momento presente maravilloso. Una experiencia que luego me hablaría de los malabares que tenemos que hacer para permitir que el espectáculo de la vida continúe, con el equilibrio suficiente para ganarnos la vida, y de paso, ser felices en el proceso.
La concentración: una clave para vivir en plenitud los diferentes roles
La modernidad hace que las personas tengamos una experiencia similar a la del joven del semáforo. Nos movemos entre la vida de familia, las relaciones con la pareja, los hijos, lo padres, el trabajo, el tiempo para cuidarnos, cultivarnos, divertirnos. ¿En medio de tantos frentes, se puede salir bien librado sin que algunas de estas pelotitas se caigan al piso? La respuesta es sí, si estamos lo suficientemente concentrados en el presente. Viviendo con calidad cada uno de estos roles, entregados y enteramente concentrados en la vivencia que se presenta en el momento actual, frente a nuestros ojos. Y evitando estar en un rol, mientras la mente está en otro. Eso sería como si aquel joven se distrajera viendo a un niño llorar en uno de los carros que lo observan. Si eso ocurriese, dejaría inmediatamente la concentración en lo que está haciendo, perdiendo consigo el equilibrio y la belleza en el espectáculo.
¿Despiertos o distraídos? Esa es la cuestión
¿Como vivimos nuestro día a día? ¿Vamos por la vida corriendo detrás del próximo momento, sin permitir que éste apenas llegue, para estar ya pensando en el que le sigue? O, por el contrario, ¿nos detenemos a apreciar la belleza del cielo desde nuestra ventana, el nuevo diente que le está naciendo a nuestro niño, o la sonrisa de quien amamos?
Estar concentrados es estar plenamente presentes. Escuchando cosas tan simples como los cambios en el tono de voz de tu pareja. Sintiendo con profundidad las miradas que alimentan la relación afectiva. Disfrutando la calidez de la brisa y la sonrisa de las personas que pasan junto a ti. Hay tanta información en el día a día, que si nos distraemos podemos perder el equilibrio. En medio de tantos roles, la planeación desde la mente puede resultar útil, pero hoy más que nunca vemos en los acontecimientos mundiales que hay un plan superior moviéndose detrás.
La acción consciente como constructora de nuestro equilibrio
Una vida plena es aquella que te permite evolucionar sintiéndote a gusto con la integración de todas las áreas de tu proyecto vida. Algunas veces, nuestra atención se centra más en aquellas áreas que impactan directamente nuestra supervivencia, nuestras necesidades básicas; aquellas áreas que tienen que ver con los temas financieros, los negocios, el crecimiento personal y la salud. Podemos involuntariamente llegar a restar importancia a las áreas que soportan las relaciones, cómo aquellas en las que cultivamos la familia, el hogar, los amigos y la relación con el ser superior a través de la espiritualidad.
El problema es que cuando hemos descuidado una de las áreas, aparecerá la sensación de estancamiento, de frustración, y esto terminará también impactando aquellas áreas que pensábamos tener bajo control. Cuando hemos perdido la visión completa del escenario, porque una de las áreas ha tomado gran parte de nuestras energías, comenzamos a perder el tan preciado equilibrio.
Con alguna periodicidad es bueno detenernos para analizar cómo vamos: ¿Qué áreas hemos descuidado? ¿Hay turbulencia en nuestras relaciones? ¿Hemos perdido la paz? ¿Tenemos problemas financieros? ¿Hay algún área en particular que nos causa incomodidad, o preferimos evitar? ¿Nuestro cuerpo físico está falto de energía y sufre de dolencias? Todas esas son señales que la vida nos envía para que estemos más atentos, para que hagamos un pare y reajustemos el rumbo. Se requieren cambios inmediatos, no desde una actitud superficial, sino desde el interior, para recuperar la plenitud de vivir la vida en todos los niveles y mantenernos en ese estado a largo plazo.
Pequeñas acciones generadas desde el interior nos llevarán a grandes resultados en el exterior. Así como un pequeño movimiento en el ángulo cercano al vértice de un compás produce un gran ajuste en el tamaño del círculo que se genera, así nuestra vida se puede ver impactada positivamente por el cultivo de nuestro mundo interior.
Desconectarnos del frenesí del día a día para tomarnos un espacio de al menos 10 minutos para hacer silencio y escuchar la guía de nuestro corazón será muy propicio para recobrar y mantener el equilibrio. El corazón sabe exactamente donde debemos enfocar nuestro tiempo y energía en las próximas horas y días, y es una maravillosa guía para mantener nuestro equilibrio en las diversas áreas y lograr la vida plena que tanto anhelamos. Solo es cuestión de darnos permiso.
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