Aceptación y Cooperación: el Camino Para Superar la Tristeza y el Dolor

Permitirnos el espacio de reconocer lo que experimentamos en el cuerpo, es la puerta de entrada hacia el interior.

Una tarde de invierno un hombre salió a dar un paseo. Al regresar a casa se dio cuenta que había dejado la ventana abierta, y el fuerte viento que entraba hizo que los papeles se cayeran del escritorio. El ambiente parecía caótico con las hojas esparcidas por todas partes y las cortinas ondeantes. Además, la temperatura fría y el silencio que llenaban el lugar hicieron eco a la tristeza que llevaba en su interior. La escena hizo que su cuerpo se estremeciera aún más. Su alma se sentía triste y abatida. Su querido padre ya no estaba junto a él, había partido de este mundo. Se detuvo por un momento, observo la escena y rápidamente se incorporó y tomo acción. Cerró las ventanas y recogió una a una las hojas. Encendió la chimenea y dejo que el calor de los leños crepitantes fuera entibiando el lugar. Caminó a la cocina, preparó una taza de café y se sentó junto a la chimenea para disfrutar de su bebida, cobijado y en calma.

La cooperación, un estado que te ayuda a conectarte con tu calma

Así como el viento helado que entra por la ventana, aparecen algunas situaciones en nuestra vida. Llegan de improvisto, sin darnos cuenta y suscitan en nosotros muchas sensaciones que invaden nuestros pensamientos y emociones. Y también nos remontan a situaciones dolorosas del pasado. Podemos adoptar una actitud de resistencia o de negación, en la que no encontramos sentido a lo que ocurre, o podemos adentrarnos de lleno en la experiencia con una actitud de cooperación y aceptación.

Cooperar significa estar dispuestos a reconocer lo que se hace presente en nosotros, y que casi siempre, empieza a hablarnos por el lenguaje del cuerpo. Permitirnos el espacio de reconocer lo que experimentamos en el cuerpo, es la puerta de entrada hacia el interior, para saber qué es lo que esa circunstancia nos quiere enseñar, que aprendizaje se esconde detrás.

El hombre del que hablamos al inicio, enfrentaba un duelo por la pérdida de su padre. Él pudo elegir, después de muchos meses del fallecimiento, si seguiría anclado a su dolor o si elegiría entrar en la aceptación y en la calma. La actitud de resistencia o negación podría haberse vista reflejada en la decisión de arremeter contra todo el lugar, en un ataque de ira, y ante la impotencia de hallarse solo y desprovisto de su ser amado, optar por destruir todo a su paso, dejando salir la frustración de no poder cambiar la situación. Sin embargo, eligió optar por la calma y poner en orden el lugar.

No se trata de resignarse y de bloquear la emoción para que no fluya, sino de entender que la rabia y la reacción no van por sí mismas a cambiar nuestras circunstancias. La actitud de resistencia no cambiará en nada la realidad que vivimos, pero la forma en que decidimos atravesar las circunstancias marcará toda la diferencia.

Una caminata contemplativa

Un ejercicio que puede resultar muy útil cuando enfrentamos circunstancias estresantes es conocido con el nombre de caminata contemplativa. Es precisamente la actividad que venía practicando el hombre del cual hemos estado hablando. Cuando nuestras emociones se mueven como una tormenta en el interior, llegando a perturbarnos de tal manera que no encontramos paz, es necesario tomar algunas medidas para no dejar que la situación se salga de control y nos lleve a un estado de profunda tristeza.

El desequilibrio interior puede aparecer como un cambio leve en el estado de ánimo, que dura un par de horas, o pasar a convertirse en varios días sumido en la negatividad. Entre más tiempo pasemos en este estado emocional, más huella irá dejando, a punto de poder llegar a enfermarnos o incluso, si llega a durar más de un año, convertirse en un nuevo rasgo de nuestro temperamento. La pregunta es: ¿Vale la pena sumirse en la tristeza profunda, porque no terminamos de aceptar los cambios y nuevas circunstancias que la vida nos presenta? ¿Vale la pena enfermarnos, sin importar el daño que nos hacemos y que le hacemos a aquellos que están a nuestro alrededor?

Aunque suene demasiado simple, basta con tomar la decisión de salir de ahí. Así, nos llenamos de coraje y decidimos soltar aquello que tanto nos duele y emprender el proceso de sanación. Paso a paso, las heridas se irán curando. En este caso, caminar de manera contemplativa significa levantarte del lugar donde te encuentras, ponerte ropa cómoda, y en una actitud tranquila, disponerte a tomar una caminata por un espacio natural y al aire libre; dejando que los sonidos y las sensaciones te envuelvan, desprovisto de todo pensamiento y concentrado en el momento presente, observando detalladamente el paisaje y todo lo que aparece a tu paso.

Este simple ejercicio puede hacer que los juicios, los pensamientos y las emociones tormentosas, que tanto dolor nos causan a nosotros mismos o a nuestros seres queridos, se detengan. Que nuestro cuerpo entre en estado de relajación y que, por consiguiente, nuestra actividad mental baje, trayendo más claridad y disposición interior a fluir en sincronía con la vida y con lo que está presente en el regalo de vivir en el aquí y ahora.


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